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La tradición asociativa de los caspolinos viene de muy lejos. La constancia en el mantenimiento de todo tipo de inventos, es mucho más cuestionable. “Club Polimóvil”, “Sociedad de Colombicultura”, “Club Polideportivo”, “Peña ajedrecista”, “Grupos de Teatro ...
Quizás,
por sus especiales características en torno al ocio y la gastronomía, lo que
más ha sobrevivido en los últimos años son las peñas. Modelo tradicional en las regiones norteñas, copiado por
estos lares cuando el personal pensó que reunirse en torno a una buena paella o
un sustancioso rancho, tenía un
sólido efecto de continuidad asociativa.
Algo
parecido viene ocurriendo (cuando escribimos estas reflexiones), con las “recreaciones históricas” que han
saltado de pueblo en pueblo, hasta lograr que no exista ciudad ni lugar (por
insignificante que sea), que no tenga su hecho destacado que recordar,
protagonizado por el conde de turno cuando una vez, allá por los años de
Maricastaña, obsequió a la villa con la escritura de un erial próximo a la
población o cosa semejante.
Vestirse de medieval con móvil y reloj de pulsera o de
lagarterana, si viene al caso, es condición indispensable, y siempre se
encuentra un maestro de ceremonias en el erudito local, director de funciones
de teatro escolares, crítico y primer actor incuestionable, que plantea un
guión y lo protagoniza dejándose barba ligeramente encanada para encarnar la
figura del conde que tanto hizo por sus paisanos en aquel pasado remoto.
Cosas
de los afanes asociativos en el momento actual, que contrastan con una fórmula
que desde el siglo XIX al último a bien entrado en XXI imperó en muchos pueblos
y ciudades, monopolizando el tiempo libre de la pequeña burguesía local: el
Casino.
Caspe no fue menos y ya en marzo de 1935, fusionaba el Casino Mercantil
y el Círculo de Caspe (que no debe confundirse con el Círculo Católico), dando
lugar a una entidad llamada pomposamente Casino Principal. De la
supuesta historia del Casino, nos disponemos a narrar algunos hechos jocosos
que, ciertamente, no debieron de resultar nada divertidos ni edificantes para
sus modestos sufridores.