Nº 54. 2017-10-01
TRES MALDADES Y UN LAXANTE
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La tradición asociativa de los caspolinos viene de muy lejos. La constancia en el mantenimiento de todo tipo de inventos, es mucho más cuestionable. “Club Polimóvil”, “Sociedad de Colombicultura”, “Club Polideportivo”, “Peña ajedrecista”, “Grupos de Teatro ...
Quizás, por sus especiales características en torno al ocio y la gastronomía, lo que más ha sobrevivido en los últimos años son las peñas. Modelo tradicional en las regiones norteñas, copiado por estos lares cuando el personal pensó que reunirse en torno a una buena paella o un sustancioso rancho, tenía un sólido efecto de continuidad asociativa.
Algo parecido viene ocurriendo (cuando escribimos estas reflexiones), con las “recreaciones históricas” que han saltado de pueblo en pueblo, hasta lograr que no exista ciudad ni lugar (por insignificante que sea), que no tenga su hecho destacado que recordar, protagonizado por el conde de turno cuando una vez, allá por los años de Maricastaña, obsequió a la villa con la escritura de un erial próximo a la población o cosa semejante.
        Vestirse de medieval con móvil y reloj de pulsera o de lagarterana, si viene al caso, es condición indispensable, y siempre se encuentra un maestro de ceremonias en el erudito local, director de funciones de teatro escolares, crítico y primer actor incuestionable, que plantea un guión y lo protagoniza dejándose barba ligeramente encanada para encarnar la figura del conde que tanto hizo por sus paisanos en aquel pasado remoto.
Cosas de los afanes asociativos en el momento actual, que contrastan con una fórmula que desde el siglo XIX al último a bien entrado en XXI imperó en muchos pueblos y ciudades, monopolizando el tiempo libre de la pequeña burguesía local: el Casino.
       Caspe no fue menos y ya en marzo de 1935, fusionaba el Casino Mercantil y el Círculo de Caspe (que no debe confundirse con el Círculo Católico), dando lugar a una entidad llamada pomposamente Casino Principal. De la supuesta historia del Casino, nos disponemos a narrar algunos hechos jocosos que, ciertamente, no debieron de resultar nada divertidos ni edificantes para sus modestos sufridores.